Igual que un niño que aún no sabe leer y se asombra de las palabras que están escritas entre las letras, la arquitectura tiene dos significados, aquel de la gente “letrada” que cree que la sabe leer y aquel del “analfabeta” que cree que no la comprende y aún así se asombra con la confianza de quien cree que el arquitecto sabe lo que hace (y lo hace mejor que él).
En el juego de las letras hay dos jugadores: Quien dibuja las letras y quien escribe con ellas. Son pocos los que han podido decir sin escribir, sino con dibujar. Así es como imagino la arquitectura, con el encanto de quien huye del saber leer, en la búsqueda de saber cómo se ven las letras sin saber a qué suenan. Es arquitecto quien antes pueda dejar de serlo.
"Hacer caminar un muro, mostrar el interior y llenarlo de afectos" es la triada fundamental de la promenade architecturale, es una de las primeras lecciones que me dejó la escuela de arquitectura y sólo vale cuando el arquitecto ha sabido hacerse a un lado para dejar caminar a la gente real y fundamentar la confianza que en él se ha depositado.